Si algo podemos agradecer a la fotografía digital es permitirnos experimentar sin parar y crear nuevas formas de expresión. Con la fotografía analógica eran muy pocos los que “arriesgaban” a probar cosas distintas, ya que eso conllevaba, en la mayoría de los casos, a un gasto ingente de dinero en carretes, revelados, material de todo tipo, etc… Hoy día, con cualquier cámara digital, es tan sencillo como probar algo y si no obtienes lo que quieres, borras el archivo directamente, y vuelves a intentarlo.
Y algo así ha debido suceder con un estilo relativamente reciente (me topé con él a mediados del año pasado) llamado fotoimpresionismo.
Puede que los puristas del arte pongan el grito en el cielo, diciendo que esta técnica de nueva, precisamente, no tiene nada, que el impresionismo es una corriente artística que comenzó a desarrollarse a mediados de la segunda mitad del siglo XIX, y no les faltará razón. Lo novedoso, y el motivo de este artículo, es su inclusión en el mundo fotográfico.
Y lo que lo hace especialmente llamativo es que esta técnica lo que busca es recrear exactamente lo que los pintores de la época impresionista creaban. No se trata de hacer fotos que recuerden a grandes genios de esta vertiente pictórica, si no que lo que se pretende es evocar las mismas sensaciones que se transmitían en esos lienzos. De esta manera, la fotografía impresionista intenta expresar sentimientos y estados de ánimo, incluso una emoción, a través de las formas, de los detalles, sugiriendo en lugar de mostrarlos tal cual son.
Pero pasando a la parte más técnica, realizar una foto de este estilo no es nada complicado aunque, como todas, requiere de práctica y dedicación.
La forma más sencilla de realizarla es con una velocidad de obturación lenta (dependiendo de lo que queramos fotografiar, bastará con 1/5 seg.), y proporcionar cierto desenfoque intencionado durante la exposición con una ligera sacudida, una trepidación o, simplemente, apoyando la cámara en un sitio que no ofrezca demasiada firmeza.
ricardoabenzoaga
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